A lo largo de mi paso por las aulas universitarias siempre me inculcaron que no debíamos hacer paralelismos en la historia, que cada época tenía su propia especificidad política, social, económica, etc. y que no se debía comparar. Así, a modo de ejemplo, el intento del radical Hipólito Yrigoyen de elegir a su sucesor, Marcelo Torcuato de Alvear, como candidato en las elecciones presidenciales de 1922, para luego controlarlo a su antojo, no tenía nada que ver con lo que casi ochenta años después había intentado hacer el peronista Eduardo Duhalde con Néstor Kirchner en las elecciones del 2003. Sin embargo, la gente de a píe suele hacer muchos paralelismos entre el pasado y el presente. Y no me atrevería a afirmar, tan ligeramente, que están muy equivocados.
En esta columna, a partir de la lectura de los diarios Clarín y La Nación, en la primera semana de marzo de 1973, nos proponemos tres objetivos: en primer lugar, analizar el contexto en que tuvieron lugar las elecciones del 11 de marzo, de las que hoy se cumplen cuarenta y siete años. En segundo lugar, conocer cuáles eran los problemas económicos y sociales de esa Argentina, de cara a tan decisivas elecciones. Veremos que no eran tan distintos a los que vivimos en la actualidad. En tercer y último lugar, repasando aquellos discursos de 1973, procuraremos matizar -un poco- el argumento repetido hasta el hartazgo, que la crítica situación actual de la Argentina se debe al decadentismo producido por “70 años de gobiernos peronistas”. Así, observaremos una magnitud de problemas que tenía la Argentina en marzo de 1973, cuando el peronismo llevaba casi veinte años fuera del poder.
El contexto político
En 1955, a partir del derrocamiento y proscripción del peronismo por la autodenominada Revolución Libertadora, se abrió una compleja situación política en nuestro país y una pregunta atravesó (y dividió) a las Fuerzas Armadas (actor clave en esos años), los partidos políticos y al conjunto de la sociedad: ¿qué hacer con el peronismo? Si era prohibido, se temía el “peligro rojo”: que el movimiento obrero virase hacia la izquierda, en un mundo que tenía un poderoso bloque socialista (liderado por la Unión Soviética) y que asistió en 1959 al triunfo de una revolución de izquierda en América Latina (Cuba). Por el contrario, si se permitía que participase libremente en elecciones, sin dudas que las ganaría, puesto que contaba con el apoyo de una mayoría.
¿Tuvo apoyo popular la guerrilla en la Argentina?
En este dilema, con alternancia de golpes militares y gobiernos semidemocráticos (por la proscripción del peronismo) como los de Arturo Frondizi y Arturo Umberto Illia, se mantuvo la Argentina hasta las elecciones de marzo de 1973. Dos años antes, en el marco de la Revolución Argentina, había asumido Alejandro Agustín Lanusse, que lanzó un “Gran Acuerdo Nacional”, prometiendo elecciones limpias y sin exclusiones. El objetivo era encauzar la enorme protesta social por canales institucionales y dejar fuera de juego a las nacientes organizaciones guerrilleras (Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo), que planteaban, a través de la violencia armada, una alternativa al sistema capitalista.
En las elecciones se presentaron nueve candidatos a presidente. Los más importantes fueron la fórmula del FREJULI (Frente Justicialista de Liberación), encabezada por Héctor J. Cámpora, delegado de Perón, por entonces exiliado en España e imposibilitado de participar por una cláusula de residencia en la Argentina dictada por Lanusse. La otra fórmula con posibilidades de triunfo era la de la UCR (Unión Cívica Radical), liderada por Ricardo Balbín. Luego había fuerzas menores, tanto a la derecha (Francisco Manrique, Ezequiel Martínez, Julio Chamizo, etc.) como a la izquierda (Jorge Abelardo Ramos, Óscar Alende, Américo Ghioldi, etc.). Finalmente, grupos minúsculos (también en los extremos ideológicos) que llamaban al voto en blanco para no convalidar “la farsa electoral” o no “reeditar la tiranía peronista”.
Se encontraban habilitadas para votar más de 14 millones de personas (7 millones de mujeres y 7 millones de hombres, aproximadamente), en más de 56 mil mesas; por otro lado, un 8% del padrón eran analfabetos y la decisiva provincia de Buenos Aires contaba con casi 5 millones de electores.
Los actores y problemas de la época: ¿muy distintos a los actuales?
En los días previos a tan decisivas elecciones, se respiraba un clima enrarecido.Sectores de las Fuerzas Armadas plantearon postergar, anular o proscribir a algunos candidatos, en especial del FREJULI, a quienes acusaban de connivencia con la guerrilla peronista de Montoneros.En los medios castrenses, informaba Clarín, la posibilidad que la coalición peronista obtuviese un triunfo en primera vuelta haría que “las presiones en favor de una interrupción del proceso institucional, serian particularmente intensas”. Sin embargo, tanto el presidente de facto Lanusse, como su ministro del Interior, Arturo Mor Roig, insistieron que las elecciones se realizarían sin problemas y que la Argentina tendría un nuevo gobierno constitucional.
Los dos principales contendientes también se expresaron. Balbín afirmó que “…tenemos la certeza que el 11 de marzo el pueblo podrá expresarse libremente”. Por su parte, Cámpora, señaló que “una eventual proscripción traería como consecuencia hechos imprevisibles, horas tristes para el país e imitando el canto de la juventud que nos sigue diremos que si hay urnas seremos todos compañeros, pero si no hay urnas seremos todos montoneros”.
Muchos sectores albergaban gran expectativa y esperanza en el acto eleccionario. Por ejemplo, el Arzobispo de La Plata, Monseñor Plaza, afirmó que “del comicio debe surgir el cambio”. Así, se pronunció contra el neocolonialismo, la pauperización de la población y clamó por un profundo cambio que otorgase bienestar a la población. Para Plaza, la situación social era muy grave debido al gran número de desocupados, la insuficiencia del salario real y el estrago que soportaba la empresa nacional (por el paso a manos extranjeras). También, el arzobispo veía profundos síntomas de descomposición social como la elevación de los índices de analfabetismo, la deserción escolar y la reaparición de enfermedades propias de la desnutrición. Por último, criticó el accionar de las organizaciones armadas, los secuestros y crímenes que perpetraban, afirmando que “por la senda del comicio puede encontrarse la solución nacional”.
La situación de la salud y la educación pública fue motivo de preocupación para el candidato Balbín, de la UCR. En un acto en Entre Ríos señaló la necesidad de una reestructuración y reforma de la infraestructura hospitalaria y educativa. Desde 1958, afirmó, se abandonó “…la enseñanza estatal lo que trajo como consecuencia la proliferación de la enseñanza privada”, por lo cual era imperioso “recuperar la escuela estatal abandonada y deteriorada, limitando los aportes del estado a la enseñanza privada”.
Una semana antes de las elecciones, La Nación, informaba que en febrero de 1973 el costo de vida había aumentado 7.6 % con respecto a enero, y que de acuerdo al INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) “…sumando al aumento producido en el mes de enero, en lo que va del año se ha producido un incremento de los precios del 12.5 % y que la tasa anual que surge de relacionar febrero de 1973 con igual mes del año anterior es del 69.5%.”Los alimentos era el rubro que más había aumentado, con un 11%,en especial la carne vacuna y el vino; la indumentaria se incrementó en un 2.6% y también, había aumentado el precio de la carne que “era inalcanzable”. Por su parte, los jubilados preparaban un acto en Plaza de Mayo para reclamar por la actualización de los haberes previsionales. Así, la Coordinadora de Entidades de Jubilados y Pensionados señaló que “…nuestro reclamo es más que justo…el propio ministro ha reconocido…que los haberes de los jubilados y pensionados han sido reducidos en un 25% mientras la carestía de vida ha aumentado en forma alarmante”.
La muerte de Perón y la violencia política
La inflación era otra de las preocupaciones centrales de los candidatos: por ejemplo, Horacio Sueldo (candidato a vicepresidente de la Alianza Popular Revolucionaria) sostuvo que eliminaría la inflación aumentando la producción del campo mediante la reforma agraria y que los que se oponían eran porque “tienen el corazón cerrado”.
En un almuerzo con empresarios, Héctor J. Cámpora, el candidato con más chances de alzarse con el triunfo, señaló que impulsaría una política de “tregua social que posibilite una renta más equitativa” y que se expandiría el mercado de consumo. Respecto a la inflación afirmó que “…se atacarán sus causas ultimas, a través de una profunda reactivación de la economía, la superación de los factores de estrangulamiento externo y el aumento de la eficiencia productiva. Asimismo, afirmó que “…quienes más ganan o poseen deberán aportar en mayor medida a la tregua social que nuestro gobierno, con el respaldo y consenso del pueblo, impondrá a todos los sectores”. También, planteó el aumento general y constante de los salarios, la nacionalización de los depósitos bancarios, una reforma agraria integral (la tierra debe ser para quien la trabaja y un bien de producción, de ningún modo un medio de renta o especulación) y una política exterior que mire hacia China, Japón y la “Europa Unida”, escapando de la hegemonía de los Estados Unidos y de la Unión Soviética. Por último, anunció una “amplia y generosa amnistía” a los presos políticos y que “la violencia en el país no ha sido generada por el justicialismo. El justicialismo se propone erradicar las causas de la violencia, cuya existencia sí condena”.
Lo que siguió es historia conocida: las elecciones se realizaron, la fórmula Cámpora-Solano Lima del FREJULI obtuvo el 49.5% de los votos y la segunda fuerza (Balbín-Gamond), desistió de competir en una segunda vuelta. Luego de dieciocho años de exclusión, el peronismo volvía al poder. Pero esa ya es otra historia.